¿QUE ES LO QUE HACES TU AQUÍ? UN BABILONIO EN MADRID….

Hacía mucho tiempo que no iba a los madriles, la crisis y mi nuevo puesto hacen que para mi empresa ya no sea tan imprescindible el tenerme tragando millas por esos mundos del señor, hasta he llegado a echarlo de menos. He aprovechado la novedad para cambiar mis habituales rutinas culturales en la Capital del Reino, cañitas, tapitas, vinos copas y otras libaciones, para darme un capricho que me debía a mi mismo desde pequeño, visitar el Museo del Prado.

 

 

Todos tenemos, al menos yo tengo, grabado en el imaginario personal de la infancia algunas cosas que han sido referente de excelencia, para mí los cuadros del museo del Prado, desde las fotos de mis libros de texto representaban el máximo alcanzado jamás en arte pictórico. No soy un experto ni siquiera un aficionado a la pintura, solo quería ver en directo las grandes obras que en el colegio intentaron enseñarme a apreciar.

 

Pese a la manifiesta hostilidad del museo hacia el visitante (merecería un post aparte lo mal indicado que está y lo poco agradable que resulta desenvolverse allí) disfruté la tarde y reajusté mis imágenes infantiles y mis opiniones sobre los maestros de la pintura.

Goya perdió unos puestos, Tiziano ascendió todavía más y Velázquez…sigue siendo Velázquez. Repito que no entiendo de pintura, son las sensaciones que percibí, no una crítica fundamentada, disfruté con Rubens que siempre me ha alegrado la vista y con alguna cosilla de Pieter Brueghel el viejo. Lo más interesante de mi visita un par de descubrimientos, uno orientado por mi hermana El Bosco, sorprendente, imaginativo y maravilloso por sí mismo (como también debió pensar Dalí sin duda y si no vean “El jardín de las delicias”) y mucho más al pensar que vivió en la segunda mitad del siglo XV y otro fortuito Giandomenico Tiepolo. Un ratito en la maravillosa terraza del Círculo de bellas Artes sirvió para disfrutar de un atardecer capitalino y de darle gusto a la maquinilla de afotar.

También hubo tiempo para visitar a la familia, un poquito de opio del pueblo (fútbol, una dosis de buena calidad de vez en cuando es asumible) y hasta de rencuentros con viejos compañeros, que también han sufrido reajustes en mi imaginario por cierto, pero eso es otro tema.

Acabaron las jornadas en la villa y corte en el Carabanchel profundo, con confidencias de viejos compañeros entre cañitas y tapas de oreja de esas que si que se merecen una sala en el Prado.