La vida es muy corta para beber vino malo, alguna vez lo he dicho ya. Solemos esperar hasta que la vida esté a punto de terminar para darnos cuenta de lo buena que ha sido (y muchos lo cifran solo en la cuantía de la pensión). El secreto de la felicidad y la paz en un día normal (suponiendo que eso exista) es dejar que cada momento sea lo que es, en lugar de lo que uno cree que debería ser, y luego aprovecharlo al máximo.
Por eso deberíamos de animarnos a cantar en voz alta en el coche con las ventanillas bajadas, y bailar en el salón, y pintar las paredes del color que cada uno quiera, y disfrutar de un poco de vino (¿un poco? ¿He dicho o eso?) y tarta de chocolate(selva negra, muerte por chocolate, tres chocolates…). Sí, y dormir sobre sábanas blancas y limpias, y organizar fiestas, o pintar, o escribir y leer libros tan buenos que te hacen perder la noción del tiempo.
Y hagas lo que hagas, ponte bragas ¡no dejes que las
cosas equivocadas te preocupen o consuman tu tiempo durante demasiado rato!
Cuanto más envejecemos, más callados nos volvemos y en menos drama y en menos caos inútiles nos involucramos. Nos damos cuenta de la cantidad de tonterías que nos han preocupado y en las que hemos perdido el tiempo.
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