Estamos todo el día dando nuestra opinión y nuestra versión de la
realidad. De hecho, hay gente, la mayoría, que no distingue más versión que la
suya, que es “la realidad” y los
demás estamos equivocados.
Nuestro cerebro suele etiquetar lo que ocurre, diferenciando entre sí
está bien o mal, si está de acuerdo o no, si le gusta o disgusta. Y como para
gustos son los colores,(y los culos) cada uno tendremos nuestra propia versión
de los hechos según los hayamos interpretado.
Cada persona puede tener su opinión, dicen, sin embargo, cuando se la
contamos a alguien y esa opinión es sobre su trabajo, su persona, su
comportamiento, su físico, su estética, su conocimiento, habilidad o actitud, podemos
empezar a tocar fibras sensibles y podemos llegar a herir a las personas que
nos rodean. A todos nos pasa.
Como tengo tendencia a enrollarme, dejo las formas de tomarse las
críticas y las formas de reaccionar a ellas para mejor ocasión y voy a la
necesidad que hay, a veces, de expresar una opinión no requerida.
Cada uno es lo que es y para cada uno el otro es diferente de lo que
piensa. Menos yo, claro, que pienso muy bien de mi mismo. Fuera de bromas no
hay una normativa internacional que regule esto, lo que me parece imperdonable,
mi duda es sobre si es buena idea decirle a otra persona como piensas que es o
calladito estoy más guapo (bueno yo estoy guapo siempre que esta opinión es
sobre mí mismo y sé que el sujeto paciente va a aceptar positivamente la
acertada crítica).
Todo esto es muy complejo y delicado, se puede hacer mucho daño.
Cafè negro y chocolate fuerte, ya maridaremos otro día...
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